Friday, April 18, 2008

Escarcha Negra


Cuando entré al apartamento olí enseguida una esencia metálica. Escuché dos voces; venían del único cuarto del piso, así que caminé hacia allá. A medida que avanzaba por el angosto y sucio pasillo hacia la habitación, el olor metálico se hacía más fuerte, tanto que podía sentir como si hubiese tenido un sorbo de mercurio en la boca. Al pararme en la puerta del cuarto pude ver la mancha roja en la pared y unos pedazos de cerebro que habían chorreado pero que no llegaron al piso. Su cuerpo estaba tirado ahí en un charco de sangre. Sentí esa línea de frío que te baja por el cuerpo, de la cabeza a los pies, como si te estuvieran escaneando para hacerte un modelo tridimensional de ti mismo. Esa es la línea fría horizontal descendente que te deja saber que estás realmente cagado. Ya no aguanté más; el estómago se me revolvió, empecé a sudar helado, se me hizo un círculo negro de borde borroso en la vista (como ese que se ve en las películas cuado alguien ve por unos binoculares), las nauseas llegaron, sentí como las tripas se me contrajeron junto con el estómago y vomité. Vomité sobre uno de los policías. Se había parado diagonal a mí pero no había notado que estaba ahí. El tipo maldijo y se fue no se a dónde. En verdad no le paré bolas; una persona vomitada encima no puede competir con un puré sesos en una pared y un cadáver con un tiro en la cabeza. El otro policía, sin uniforme, un detective según la chapa que tenía colgada en la correa, se me acercó y me mostró un papel con un número de teléfono.

—¿Con usted fue que hablé hace un rato?
—Sí, fue conmigo.

El hombre quiso llevarme fuera del cuarto para hablar pero yo seguí caminando hacia el cuerpo. El detective me hablaba pero yo no lo escuchaba, estaba ido viendo el cadáver con el hueco en la cabeza. Cuando caminaba cerca de sus piernas, sentí que algo golpeó en mi mejilla y escuché cuando fue a dar al piso. Me pasé la mano y me la vi llena de sangre desde el borde de la muñeca hasta la punta del dedo que mostraba en cada foto que me tomaban cuando era un pseudoprotorockero adolescente preso de clichés conocidos en afiches y MTV. Volteé hacia arriba y había pedazos de cráneo pegados al techo con masa encefálica y más sangre, coagulándose. Resaltaba más aun porque el techo era particularmente blanco, limpio; no como el resto del apartamento con paredes rayadas, húmedas, asquerosas, y un olor a grasa vieja y sudor. En ese momento el detective me tomó del brazo y me pidió que saliéramos de ahí.

En la sala, que en realidad era un espacio asfixiantemente pequeño con una mesa decrépita, cuatro sillas rotas y un sofá de tres puestos pestilente, el detective me dijo que le hablara de la mujer que estaba en el cuarto con la tapa de los sesos volada hasta la pared y el techo. Le dije que la había conocido cuando era un niño pero que sin darme cuenta perdí contacto con ella. Bueno, en verdad no sabía –y no se– cuando había sucedido porque ella tenía una hermana y se parecían mucho, y a esta última le encantaba —y le encanta— hacerse pasar por esa mujer, así que nunca supe que la había perdido. Sólo hace unos años me di cuenta de eso. Empecé a buscarla desde ese día. Fue difícil porque no mucha gente la conocía realmente y cada vez que preguntaba por ella me decían “¿Estás ciego o eres estúpido? Mírala ahí”, y señalaban a la hermana. No me creían cuando les decía que esa no era ella, y yo mismo terminaba desmintiéndome. Eso me pasó una y otra y otra y otra vez. Al final dejé de andar preguntándole a otros por ella y la encontré por mi propia cuenta hace casi tres años ya. Le dije todo eso al detective, que estuvo de pie y callado todo el tiempo y se quedó así un momento más. Luego se sentó en una de las sillas. Yo saqué una carterita de brandy y me tomé un trago largo. El carajo me vio con cara de juicio, pero ni me molesté en decirle nada; mis demonios son míos y de más nadie. Además, ¿Dónde coño estaba la policía cuando el maldito malandro le hundió a mi mamá el puñal para quitarme el reloj de mi abuelo? El silencio hizo lo suyo y el detective habló.

—La cara quedó intacta. El tiro se lo dieron dentro de la boca. Esa mujer era bella. Usted me va a disculpar pero ¿Cómo es que vivía sola y en esta mierda tan fea y hedionda?
—Esta es una mierda fea y hedionda, así que no pida disculpas. Yo le pregunté lo mismo cuando la encontré. Le dije que por qué no se iba de aquí, que por qué no salía. Sólo me contestó que su belleza la había condenado a la soledad y al olvido porque ante ella la mayoría de la gente se asustaba, se intimidaba. Además, su hermana le había hecho creer a casi todo el mundo que era ella, y nadie la creía desaparecida; ps, incluso la creían una impostora cada vez que se la encontraban. Sin embargo, detective —dije después de una pausa—, últimamente muchas personas habían empezado a preguntar por ella y a buscarla.

El detective se levantó de la silla, empezó a caminar hacia el cuarto y me pidió que lo siguiera. Cuando llegó al umbral de la puerta de la habitación sus ojos casi se salieron de su cara. Entró con un apuro estéril y dijo en un grito ahogado:

—¡¿Qué carajo?!

Cuando entré vi lo que el detective. No había cuerpo, sólo un rastro de sangre que salía por la ventana y un mensaje escrito con escarcha negra en una de las paredes; era su letra, la de ella.

—¿Cómo se llamaba… o cómo se llama la mujer que estaba tirada aquí ahorita? —preguntó el detective con una alteración que se notaba en su respiración.
—Libertad.